Lluvia de Estrellas:



Miraba las estrellas y podía recordar cada una de las preciosas pecas pequeñas y preciosas debajo de tus ojos castaños, tu increíble risa que dejaba entrever el espíritu libre del que te embaucabas cada día, los rizos de tu cabello negro, también podía recordar tu piel oscura, cómo la acariciaba en momentos de fragilidad. Eras mi pilar, la que podía manejar mis emociones, la que conseguía que respirara hondo en situaciones de desasosiego. Flipaba con tu calma, con la forma que tenías de tomarte las cosas, tan inocente y, a la vez, tan inteligente, no dejabas que te afectara nada en absoluto.

Tantas noches sobre la arena, cogidas de la mano y mirando al cielo, contando intimidades, palabras entre líneas, sentimientos encontrados... Nunca había conocido a una persona que conectara tanto conmigo, que tuviera esa forma de ver la vida, de sentir las vibraciones del mar, esa conexión que nos llegaba a unir tanto que podría decir que eras mi única aliada en un mundo tan hostil. Cuando nuestras miradas se encontraban, tan solo podía sentir esa paz que transmitías, las mariposas en mi estómago que, continuamente, se responsabilizaban de hacerme sentir amor por cada parte de tu cuerpo sin excepción, sentía tus manos sobre mí, estremeciéndome.

Después de un par de años de ausencia, todavía recordaba nuestro sitio favorito y solía acostarme en la orilla del mar para ver las estrellas, oyendo tu risa a lo lejos. Nuestros momentos eran cómplices de aquella playa apartada, la que dejaba que nuestros besos fluyeran en libertad en una sociedad donde gustarte alguien del mismo sexo no estaba bien visto, algo que nuestros padres sabían muy bien. Arrancada de tus brazos innumerables veces, no dejé de amarte, de recordarte, de sentirte por cada poro de mi piel, de oír tu voz cada noche antes de cerrar los ojos y de ver las estrellas mientras recordaba cómo era tu risa, cuáles eran tus sueños y lo que sentíamos al mirarnos.

Supongo que la inocencia era nuestra compañera mientras manteníamos nuestra relación en secreto, ni siquiera sabíamos qué era el amor pero lo que sí sentíamos era que lo nuestro iba más allá. Me perdía a través de tus historias de campamento, observando esos ojos salvajes que me cautivaban, acariciando tus manos suaves, oliendo ese perfume que siempre me embriagaba y te daba un toque más personal. No ha habido nadie más desde que dejé de verte, de encontrarte entre mis sábanas, de besarte, de acariciar tu cabello... Nadie más importante, nadie me ha hecho sentir mariposas, emociones descontroladas, pasión en estado puro... Nadie ha conseguido cautivarme.

Soñábamos ser libres, poder cogernos de la mano en centros comerciales sin aquellas miradas de soslayo sobre nosotras, sin nuestros padres prohibiendo una relación tan extraña y decadente. Soñábamos con que todo fuera diferente, que por fin, pudiésemos mostrarnos al mundo como realmente éramos pero, no era el momento, ese instante pasó para las dos, dejó de tener sentido, ni siquiera, era una propuesta para que el mundo consiguiera aceptarlo. Vi cómo te alejabas de mi lado por el simple hecho de estar enamorada, de subir a ese coche por obligación, para empezar de cero en otro lugar donde pudieras llegar a casarte con un hombre guapo, con dinero y que les diera nietos a tus padres. Todo eso ya ha ocurrido, ¿verdad? Se lo oí decir a mis padres una noche... Ni siquiera supe qué decir, qué pensar o cómo comportarme al recibir la noticia. Yo te quería.

Pero todavía, sigo mirando las estrellas para recordar lo que éramos, quiénes éramos de verdad. Nuestros progresos, nuestra inocencia, nuestras sonrisas... Sigo mirando al cielo en busca de respuestas a mis constantes dudas, mil pensamientos vuelven a mí, recuerdos que no podría olvidar, momentos que se adentraron en mi interior y que no he conseguido apartarlos de mí. Inspiro y expiro como si eso fuera una solución a mi problema, como si la que fuera a casarse contigo fuera yo... La realidad se impone, las estrellas traen recuerdos y tu voz sigue persistiendo en las sombras.

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