Alguien Especial:




Una vida sencilla, casi indiferente a los problemas y muchas cosas divertidas que surcaban por mi mente, tantas canciones significativas y tantas palabras que no tenía ganas de pronunciar a aquellos que me hicieron daño. Mi guitarra, mi voz, las letras que componía... eso era mi todo, hasta que mi mundo cambió por completo sin previo aviso y sin quererlo justo aquella tarde de domingo cuando salí de casa para dar una vuelta con mi cabello castaño largo hasta la mitad de mi cuerpo, liso e increíblemente natural y suave, con mis ojos verdosos y llenos de indiferencia a todo lo que me rodeaba, con aquellos labios finos que expresaba lo que sentían en cada sonrisa o momento triste, con mi cuerpo adornado con unos pantalones negros algo rotos, una camiseta del mismo color de los Arctic Monkeys, una chaqueta de cuero y varias accesorios que incluyen pinchos, hebillas y cadenas.

Llevaba días que notaba que alguien me seguía, no sabría explicar si era cierto o no pero lo sentía por todos los poros de mi piel aunque más tarde me giraba y no veía absolutamente a nadie, era bastante frustrante. Esta vez también lo sentí, pero eran unos pasos que mostraban ansiedad, preocupación por mí, era como una necesidad imperiosa de dar conmigo y hacía tiempo que me buscaba, era alguien que necesitaba hablar pero no se dejaba ver, al parecer. En mi cabeza seguía oyendo esas voces resonando, hacía tiempo que las tenía en mi mente pero no sabía cómo explicarlo, muchas veces, he creído que estoy totalmente fuera de mí, como si se me fuera la olla. Siempre he pensado que no soy normal dado que escuchar voces en tu interior no lo suele hacer nadie y me daba miedo; no le he comentado nada a nadie, no quiero que me internen en ningún psiquiátrico, ni siquiera mis padres lo saben y así seguirá siendo.

Escuché los pasos más cerca de mí, era como si esa persona estuviera rozándome la espalda, sentía su respiración en mi cuello pero, al girarme, no vi absolutamente nada. ¿Alguien estaba gastándome una broma? Porque si era así, no tenía gracia y menos sabiendo que oigo voces. Estoy preocupada, creo que estoy empezando a desvariar, debería irme a casa y descansar un poco a ver si toda esta paranoia pasa de una vez, pero al llegar, esa persona que parecía invisible, estaba en mi habitación. Al cerrar la puerta, pareció que todo cobraba algo de sentido, el hecho es que no conocía de nada a ese hombre de unos cuarenta años, con el pelo negro y algo canoso, los ojos del mismo color y algo cansados y un cuerpo que no parecía el de una persona poco atlética, estaba en forma.

- ¿Cómo ha subido aquí? - estaba alucinando, mi cuarto estaba bastante alto del suelo y, a no ser que tuviera una escalera, era imposible subir - ¿Quién es usted?

- Me llamo Grayland - su voz era viva, dulce y muy tranquila. No parecía que fuera allí para matarme - He venido para saber que estás bien.

- ¿De qué me conoce? - sus ojos se abrieron un poco más, sorprendido de que no supiera nada de su existencia -.

- Parece que Alexia no te informó de nada - bajó la mirada decepcionado. Era obvio que no tenía ni idea de lo que estaba hablando - A veces, es mejor hacer las cosas tú mismo.

- ¿Alexia? - parecía tonta, lo sé, pero no sabía qué me había perdido - Explíqueme qué está ocurriendo aquí.

- Una joven muy avispada y que es parte de nuestra familia. El problema es que va por libre - movió la mano hacia mi silla de escritorio para que me sentara y escuchara su historia, sentía que me podía fiar, así que, tan solo lo hice como me pidió y sus ojos captaron los míos en unos segundos - Tienes un don especial y me encantaría enseñarte a cómo usarlo, eres alguien que jamás imaginarías. Debes saber que el camino no será fácil a partir de aquí pero tienes que saber cómo defenderte dado que muchos de nosotros estamos en peligro.

- Se ha dado cuenta de que no le sigo, ¿verdad? - respondí, bastante molesta a todo aquello que había contado como si yo tuviera conocimiento de cualquier palabra que había salido de su boca - El único don que tengo es que compongo música. Disculpe pero se equivoca de chica - me levanté de la silla, no estaba dispuesta a escuchar más tonterías, por lo que, me dirigí a la puerta para salir -.

- ¿Oyes voces en tu cabeza? - esa pregunta hizo que me frenara totalmente, ¿cómo sabía eso? - Está despertando tu don de la telequinesis.

- ¿Telequinesis? ¿A usted se le ha ido la olla? - estaba de lo más sorprendida, no iba a tragarme esa patraña absurda de que tenía un don, siempre había sido una chica normal y ahora no era distinto porque alguien estuviera en mi cuarto contándome aquello - Ha estado siguiéndome, ¿verdad? - até cabos rápidamente -.

Al ver todas mis caras de sorpresa y de escepticismo, el tal Grayland decidió abrirse la chaqueta y entregarme unos impresos. Tenía todo tipo de información sobre mí, al parecer me habían estado siguiendo desde hacía años y sabían que mi poder era la telequinesis, de hecho, seguían a toda persona que los tuviera del tipo que fueran dado que podía ayudarnos a controlarlos, los dieciocho años era la edad en la que iban despertando. En la telequinesis, según los archivos, empezabas oyendo voces cuando estabas rodeado de gente o ibas por la calle, debo concentrarme en una persona para conseguir leer su mente, de lo contrario, tan solo oigo las de todos difuminadas. Todo aquello era una locura, y más el hecho de que el señor Grayland tenía el poder de la invisibilidad.

Tenía algo dentro de mí que me decía que todo aquello era verdad, un sentimiento de cercanía y de unión hacia aquella persona que estaba cerca de la ventana, mirándome con aquellos ojos castaños y con patas de gallo. Al menos, me sentía aliviada de no estar loca por completo, seguía siendo yo pasara lo que pasase y le necesitaba para controlar aquello que la naturaleza me había dado. Grayland no sabía exactamente cómo era posible que nacieran personas con esos dones y todavía no lo habían descubierto, pero era su deber protegernos; habían entrenado a más de mil existentes y han estado usando sus poderes para el bien.

- Entonces... ¿vienes conmigo? - me tendió la mano para que saltara con él al otro lado de la calle. Pero cierto rechazo creció en mí, no podía dejarlo todo e irme sin más, todo aquello era de locos - Puedo ayudarte con todo ese lío de voces que tienes en tu cabeza.

- Puedo arreglármelas sola, pero gracias - negué con la cabeza a la vez que esas palabras salían de mi boca. Ignorando por completo ese sentimiento de unión que tenía hacia él - Adiós, señor Grayland.

No volví a verle hasta unos días después. Las cosas no iban demasiado bien dado que las voces eran cada vez más fuertes, me provocaban migrañas y no había manera de concentrarme en ninguna de ellas, estaba claro que necesitaba ayuda urgente, el único lugar donde me sentía a salvo de todo ello y sin dolores de cabeza era mi habitación, donde no había nadie a quién oír. No quise rebajarme a que los raritos me tuvieran presa entre sus redes, yo no era de nadie y tampoco me fiaba de ellos aunque tuviera esa chispa dentro de mí que me decía que de verdad los conocía; es más, no tenía ni idea de si sus intenciones eran buenas.

Durante esos dos días, intenté concentrarme en las clases, en las asignaturas, mis fotografías, paseos en bici... intenté hasta meditar pero nada de eso funcionó, seguía oyéndolas cada vez más y más fuerte. Las migrañas se convirtieron en una especie de cefaleas que me hacían gritar de dolor en medio de la calle. Definitivamente, necesitaba a Grayland pero no sabía cómo encontrarle. Busqué en los archivos que me enseñó sobre mí y mis poderes pero no había ningún tipo de dirección o número de teléfono con el que contactar. ¿En resumen? Estaba más que perdida.

Como he dicho, no volví a ver a Grayland hasta dos días después, cuando sentí otra vez el aliento en mi nuca. Paré en seco desesperada y me giré para verle, era mi única salida y era la persona más contenta del universo por haberle encontrado, pese a las voces que no me permitían oír bien. Como era de esperar, no vi a nadie detrás de mí.

- Dígame que es usted, Grayland - susurré, para que las demás personas que paseaban a mi alrededor no pensaran que estaba hablando sola y estaba loca - Necesito su ayuda urgentemente, estas migrañas me están matando.

No obtuve respuesta dado que todas las voces eran demasiado altas, era imposible ver u oír nada con todo aquel ruido. Noté una mano sobre mi hombro, pero seguía sin poder oír lo que me decía. Lo único que llegaba a mí en la distancia era un eco tenue, palabras sueltas que me decían que me concentrara en ellas, que podía saber con exactitud lo que me decían si lo hacía de aquella manera. Respiré profundamente, cerré los ojos y me centré en ese eco invisible que me hablaba desde lo más profundo y logré escuchar estas palabras de lo más nítidas, separando las de las personas que pasaban constantemente a mi alrededor en ese parque: "Ve a un sitio tranquilo, te sigo. Estoy contigo". Era Grayland, por supuesto, ¿quién iba a decirme aquello si no?

Me apresuré hacia una callejuela bastante apartada de la gente, donde las voces se fueron apagando poco a poco, aunque no se fueron del todo. No sabía cómo era posible que las oyera a metros y metros de distancia, era increíble. Pero lo empecé a creer cada vez más cuando Grayland apareció justo en frente de mí, salido de la nada; el poder de la invisibilidad lo tenía bien dominado, aceptaba su ayuda aunque no estuviera del todo segura.

- Veo que necesitas mi ayuda - se regodeó, parecía satisfecho de que yo sufriera con todas aquellas voces infernales del demonio -.

- ¿Es tan evidente? - respondí con sarcasmo, era obvio que le necesitaba - No dejo de oírlas, me están dando migrañas horribles y tan solo puedo estar en mi cuarto para dejarlas atrás, no puedo...

- Tranquila - me cogió de las manos y me pidió que respirara profundamente a la vez que cerraba los ojos y me acercaba a la calle para oírlas de nuevo y practicar - Debes centrarte en una sola, debes saber cómo funciona para que dejen de permanecer en tu mente constantemente - cuando estuve más tranquila y las voces volvían cada vez más fuertes e intensas, Grayland continuó entrenándome en aquella dura tarea - Céntrate en esa mujer de ahí - me señaló a una joven rubia, bien maquillada y bastante sensual en cuanto volví a abrir los ojos - Necesito que encuentres ese eco, quiero que hagas lo mismo que has hecho conmigo, tan solo céntrate en ella.

Lo intenté varias veces, pero no estaba funcionando. He de admitir que me frustré demasiado y tuve que volver al callejón para dejar de oírlas. Grayland se acercó a mí e intentó tranquilizarme tocándome el hombro en señal de apoyo y comprensión.

- Todo ésto no se aprende en un día, Arlene - me dijo, con aquella voz serena y viva - No debes esconderte de ellos, tú tienes el poder de llegar a sus pensamientos y debes hacerlo porque forma parte de ti - formaba tan parte de mí que me daba asco, ¿por qué debía tener yo esos poderes? - Vuelve a intentarlo.

- Tengo migraña, ¿sabe usted? - le dije molesta y enfadada. No podía continuar con algo que me hacía daño y no me dejaba concentrarme con facilidad -.

- Por eso mismo debes seguir intentándolo, para que todo eso desaparezca - me susurró y me ayudó a levantarme, me quitó las lágrimas de los ojos y me empujó a través del callejón hasta la calle otra vez - Céntrate en ella de nuevo, ¿qué ves?

- ¿Una chica pija, de dinero y que solo piensa en sí...? - paré en seco, estaba escuchando algo en el fondo de todo aquello, estaba viendo entre la profundidad de las voces, encontrando la suya entre las de un millón - Piensa que su vida es una mentira porque realmente no quiere vestirse ni ser así en absoluto...

Me quedé francamente alucinada, no sabía cómo podía haber conseguido aquello. Grayland me dijo que tenía que utilizar mis poderes para el bien y ahora que sabía qué pensaba aquella joven, debía ayudarla. No estaba de acuerdo con su decisión porque en mi interior no quería ayudar a esa imbécil de padres ricos y cotilla como ella sola, pero sus pensamientos parecían verdaderos, era lo único de ella que lo era, el resto era pura fachada. Me acerqué al banco donde estaba sentada, me miró con indiferencia y, aunque odiaba a ese tipo de gente que se cree superior a otros, intenté entender por qué trataba de ser como los demás y, la verdad es, que tan solo quería ser aceptada.

- Sé que piensas que tu vida es una mentira - volteó la cabeza hacia mí, señal de que me estaba escuchando pero también de sorpresa, ya que, no lo había dicho en voz alta - Debes ser como quieras ser, no puede ser que estés siendo así para ser aceptada, ese no es el camino correcto que debes tomar, sino el que más necesites, te apasione o convenga. Eres tú y nadie más, si no te aceptan, ¡que les den! - conseguí que llorara un poco y se riera de la pequeña broma, pero seguía observándome como un bicho raro -.

- ¿Cómo has sabido que me siento así? - preguntó, todavía anonadada -.

- Porque yo también lo he sentido y por fin, soy quién quiero ser en realidad - le sonreí, para que viera que tampoco es tan malo ser quién eres aunque otros te escupan -.

Me sentí bien después de aquella pequeña intervención a una joven que no sabía dónde estaba su camino y que tan solo sabía mentir. Seguí entrenando con Grayland, al igual que tuve que conocer a otros que tenían poderes extraños como un chico que era de goma, una joven que podía matar tan solo con la mirada, varios que tenían telequinesis... en fin, no sabía por qué nos habían reunido pero moriríamos por una causa dado que nos estaban persiguiendo y estábamos temerosos de no ser lo suficientemente fuertes como para derribarles. Muchos de los que nos quisieron muertos, eran una especie de personas que pensaban que éramos una abominación, algo que estoy en verdadero desacuerdo dado que el chico de goma trabajaba de humorista y tenía unos chistes de primera, los que poseían telequinesis siempre permanecíamos más serios pero concentrados... quiero decir que éramos muchos y cada uno tenía su vida montada, su historia y quería seguir viviendo en ella, no era ninguna mentira por ser así y tener el don que nos habían dado al nacer.

La verdad es que murieron muchos más de los que deberían, quedé yo y otro joven que tenía la mejor memoria fotográfica del mundo, era alguien increíble y especial, justo como los demás lo fueron. Nos llevaron a una especie de laboratorio donde íbamos a ser sus conejillos de indias hasta que se les antojara, perdería a mi familia, amigos y nadie más podría buscarme allí dado que aquel lugar estaba demasiado alejado de la civilización y nadie podría encontrarnos. Permanecemos enjaulados como si fuéramos animales, nos inyectan sustancias que no tenía ni idea de que existían y finalmente nos observan, intentan saber nuestros puntos débiles y nuestros límites. No os cortéis, sé que moriré aquí por cualquier sustancia que no tolere mi cuerpo, así que, mi gran don me sirvió de muy poco y gracias a él, terminé siendo cazada por unos psicópatas desalmados que me tratan como a una rata. Todo empezó con Grayland y todo este asunto en el que terminaría viendo la oscuridad, mareada por tantas porquerías suministradas y sintiendo cada muerte de los nuevos amigos que tuve, aquellos que murieron por protegernos y tratarnos como debíamos ser tratados. Tan solo demos gracias por ser quiénes somos, aunque vayan a matarnos.

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