Desesperado:




Siempre caminaba sin rumbo fijo, sin una determinación en mi cabeza de cómo vivir mi vida, sin ningún tipo de ilusión y, lo único que me preocupaba es que la muerte siempre nos acecha en la oscuridad para un día no volvernos a despertar. Me obsesionaba la idea de estar sin ninguna chica que me acompañara en mi difícil viaje que era la vida, ésta estaba vacía y sin sentido, me veía en una total inutilidad para el mundo. Ya no encontraba nada que me apasionara, ni siquiera los videojuegos o salir con mis amigos de antaño, era una situación complicada de controlar, mi mente iba completamente sola en un mar de confusión y desasosiego. Despertaba cada mañana sin un propósito, sin ninguna motivación que me moviera a realizar algo productivo, sin tener una misión importante en esta vida que parecía no tener ni pies ni cabeza y era tan desdichada para mí.

Una mañana como cualquier otra desperté en mi cama solitaria, después de uno de mis sueños rarísimos sobre zombies y disparos por todas partes, demasiado confuso como para moverme y perezoso como para abrir los ojos. Otro día más en un mundo en el que no tenía sentido vivir, en el que prefería transportarme a otro en el que verdaderamente fuera de utilidad, pero para eso estaba mi hermana pequeña de cinco años, para recordarme que el mundo de fantasía no existía y seguíamos en el mundo real, en el mundo donde despertar a tu hermano mayor a las seis de la mañana es algo tan normal. Se empeñaba en tocarme la nariz mientras decía que ya estaba el sol fuera y debíamos levantarnos como todos los animalitos del bosque, a lo que yo pensaba: "Ni que me importara en absoluto un solo animal del bosque a estas alturas...", pero debía levantarme para prepararle el desayuno y llevarla a la escuela, ya que, mi madre estaba demasiado depresiva agarrándose a las sábanas de su cama como para resposabilizarse de la hija que tuvo por accidente pero que necesitaba en su vida, esa que parecía que no tenía ganas de darle, esa que había destrozado el padre de la niña abandonándolas a ambas.

- ¿Qué quieres para desayunar? - le pregunté con pesadez a esa niña que me miraba con ojos de felicidad y esperanza - ¿Ésto? - señalé las tostadas, a lo que asintió con la cabeza - Mira que eres glotona.

Ella tan solo sonreía, tampoco era muy habladora, le pasaba como a mí. No tenía ningún problema ni preocupación de ningún tipo, ella tan solo vivía una vida de fantasía que creía que era real con sus unicornios y sus cuentos de hadas sin ningún tipo de dolor de cabeza ni confusión, mientras yo seguía abstraído en mis cosas. Me cogió de la mano para que la acompañara a comerse sus tostadas con leche y cola cao, para que me sentara a su lado a hacerle compañía, ya que, parecía que nuestra madre no era apta para ese tipo de obligaciones desde que la tuvo por accidente, siempre culpándola de haber crecido en su vientre cuando realmente, no tenía ningún tipo de culpa, tan solo pasó. 

- ¿Tienes sueño? - me preguntó curiosa, intentando que le prestara atención con aquella sonrisa radiante, aquel lazo rojo brillante sobre ese cabello de color dorado, con sus mejillas del mismo color que el lazo, sus ojos azulados y ese pequeño cuerpecito que cabía en cualquier vestido de colores que mi madre le comprara, siempre por obligación, aunque yo sabía que, de alguna manera u otra, la quería -.

- Un poco, pero no te preocupes - le respondí para que dejara de insistir tanto, sabía que nunca se rendía - Voy a prepararme un café, vuelvo enseguida contigo.

Durante la preparación de ese café que dije que me haría, estuve pensando en algo que me hiciera feliz, en una sola cosa que me hiciera brillar, que hiciera que mis ojos volviesen a tener plena consciencia de lo que observaban y no me dejaran atrás como si mi mente no importara, dejando todos los momentos en un plano sin sentimientos. Me tomé varios tranquilizantes para que no volviera mi estado de ansiedad, aquel que me atacaba cada noche antes de dormir, aquel que seguía permanentemente allá donde iba y el nervio que permanecía dentro de mí en las mismísimas sombras y que se negaba a largarse. Acompañé a Lidia al colegio y me fui andando sin rumbo alguno por las calles de Nueva Orleans, sin un solo objetivo en mira, sin observar lo que había a mi alrededor y sin plantearme que me importara en absoluto.

Las pastillas me dejaban algo somnoliento, así que, me senté en un banco del parque más cercano al colegio de Lidia para poder recogerla más tarde y no dar tantas vueltas como daría si me fuera más lejos, a parte de que prefería no ir a casa a soportar las quejas de mi madre y sus caras de pocos amigos, ni siquiera me apetecía jugar a los videojuegos que tenía pendientes. Miraba a mi alrededor intrigado, ¿qué les hacía a los demás tan felices como para sonreír por la calle, hablar por teléfono con esa ilusión y tener tantas ganas de salir a la calle para comprar cosas que al morir no les servirían para nada? No me lo explicaba, no obtenía respuesta de ningún tipo, así que, miré hacia arriba, hacia la luz que proporcionaba el sol y lo volví a pensar con más ímpetu, pero seguía sin obtener...

- Es la esperanza y las ganas de vivir - me dijo una vocecilla, suave y de alguien que parecía ser diminuto. Bajé la cabeza pero no encontraba a nadie, así que, volví a mirar hacia otro lado. Eso no pareció gustarle mucho a aquella criatura que a mí me parecía invisible, hasta llegué a pensar que sería mi consciencia con otro tipo de gustos sexuales - Aquí abajo, pendón - dijo más alto y con un tono de enfado cada vez más perceptible -.

- ¿Pero qué...? - había un cuerpecito pequeño justo a mi lado, era una especie de mariposa que vestía con unas mallas azuladas, unos cabellos castaños y una alas transparentes, con una sonrisa preciosa y unos ojos color verdoso increíblemente preciosos - ¿Qué... eres? - pregunté algo alucinado, a la vez que asustado -.

- Soy Adernis, una hada de las profundidades de los bosques y parece que tu Voz de la Desesperación me ha llamado - mi cara de soslayo era cada vez más intensa y perceptible a ojos humanos y, seguro que a ojos sobrenaturales - Deja de mirarme así, pareces tonto - lo primero que pensé fue que aquella personita era de lo más espabilada, a la vez que irritante -.

- Todavía no me explico cómo es posible que una hada de los bosques esté justo a mi lado, que yo sepa ésto no es algo que se vea todos los días - le respondí algo ofendido, su actitud hacia mí era de total superioridad, como si yo no tuviese orgullo alguno - Y no me explico todavía a qué has venido o para qué vienes a perder el tiempo con alguien como yo.

- Agradéceme que haya venido a dar luz a tu oscura cabecita, me has traído tú aquí, así que, debes estar muy desesperado como para que tus últimas fuerzas lleguen hasta mí - me explicó, sentando su pequeño cuerpo justo a mi lado en aquel banco algo mohoso pero suficiente para dar la impresión de estar hablando solo a las demás personas que tenía a mi alrededor - Tú eres alguien y ahora voy a hacer florecer aquello que llevas dentro para que puedas seguir con tu vida como es debido, pero primero debes explicarme qué te ha ocurrido para llegar hasta este mismo momento.

Le conté absolutamente todo lo que me pasó desde que lo dejé con mi última novia, alguien a la que había dedicado muchísimo tiempo de mi vida y, con la que a veces, seguía pensando y soñando sin querer. Me había centrado tanto en la vida que tenía con ella que había dejado atrás mi persona, a crecer yo mismo y a fijarme mis propios objetivos, empecé a trabajar y a ganar dinero para seguir gastándolo con ella o para algunos caprichos que quería tener para mí, pero sin estar ella me sentía algo vacío. Mis estudios no me estaban dando una salida, ya que, suele haber mucha competencia con ésto de la fotografía y el diseño, así que, lo único que hago son trabajillos sin importancia para gente que ni siquiera valora tu trabajo y te lo paga como cualquier otra, sin miramiento alguno. Seguí hablándole de la forma en la que había perdido mis ilusiones, mis ganas de vivir y mi salud física debido a mis estados nerviosos y las preocupaciones sobre la muerte que florecían cada día más en mi mente, sin cesar, sin añadir un "STOP" a esta mente descalibrada, fuera de sí y con incesantes dudas.

Adernis tan solo me escuchaba, no sé si atentamente o de pasada, pero contar todo aquello me daba una sensación de tranquilidad, de un desahogo que siempre había necesitado. Ella puso una mano sobre la mía haciendo que cerrara los ojos poco a poco centrándome en mi respiración, adentrándome en mí mismo sin darme cuenta, conociéndome profundamente, intentando encontrarme y saber quién era en realidad. Y resulta que encontré la respuesta: un joven que había estado perdido, que no encontraba la forma de salir de aquel hoyo en el que él mismo se había metido, con aquellas sensaciones confusas y estados fuera de él mismo, que no entendía lo que le estaba ocurriendo, un joven que era sincero, altruista, simpático, contagiador de alegría, amable, con sentido del humor y con una voz digna de oír siempre que iba borracho en alguna fiesta con la que iba con sus amigos, realmente siempre he sido alguien pero no me he dado cuenta; soy capaz de hacer felices a los demás y destinar mi sentido del humor a aquellos que no están tan animados o repletos de problemas difíciles de solucionar, suelo ser una gran persona pero hasta el momento, no he sido capaz de pensarlo detenidamente. 

Cuando abrí los ojos, aquella hada me guiñó un ojo y desapareció dejándome solo en el mundo del que me quería desprender pero en el que Adernis me había creado la ilusión de estar otra vez y seguir compartiendo mi vida con aquellos que quieren estar conmigo, aunque siempre intentando buscar a alguien con la que compartir algo más que una amistad. Mi vida ahora mismo no sería tan sencilla, pero tenía a mis amigos, a aquellos que me apoyaban en los mejores y en los peores momentos y, una sonrisa de oreja a oreja secuestró mi cara durante las siguientes semanas, meses y quizá años, lo cuales, no me arrepentiría en absoluto de haberme encontrado a aquella pequeña hada del bosque para que me enseñara el camino de vuelta a mí mismo, a aquel que era antes de este bache sin sentido. 

- Te noto distinto - me dijo Lidia nada más verme al recogerla en la escuela, con aquellos ojos verdosos y enormes, observándome como si fuera un bicho raro -.

- No estoy distinto, soy el de siempre - la abracé con todo el cariño que pude y volví con ella a casa, persistiendo en ser quién realmente era y no quién las circunstancias habían hecho que fuera; no quería volver a aquella depresión -.

Por fin volvía a ser yo, volvía a abrazar aquellas ráfagas de aire fresco en mi cara fina y blanquecina, en aquel cabello castaño y ojos marrones y aquel cuerpo esbelto que siempre me obsesionaba diciendo que no quería estar más gordo, cuando realmente estaba genial y no me hacía falta ningún tipo de dieta. La sensación de libertad en cuanto preocupaciones era sublime, difícil de explicar, e incluso, la complicidad que sentía con mis amigos era distinta a la que estaba teniendo últimamente, se transformó en un cambio de sentimientos, de estar enfurruñado y depresivo a estar completo junto a ellos exactamente como debía ser y como siempre lo había sido sin darme cuenta de ello. 


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