Encarcelado I:



El hombre que estaba acostado en su celda estaba mirando el techo pensativo y abstraído en sus cosas, estaba planeando qué le iba a hacer a las personas que le habían metido allí cuando saliera. Era interesante todo lo que le pasaba por la cabeza y con la velocidad con la que le aparecía; realmente quería comerse todas sus extremidades, sus ojos y cortarles la cabeza. 

Le encarcelaron por homicidio, John Cornells era un caníbal, no podía evitar pensar lo rica que estaba la carne humana cuando la saboreaba, ni lo intensamente excitado que se sentía cuando pasaba por su boca y su lengua. Los detectives que investigaban el caso, el detective Selione y la detective Mires, tardaron en averiguar todos sus destrozos unos diez años. John era un tipo muy reservado y muy discreto, sabía cómo hacer que las personas se sintieran atraídas por sus palabras, que se sintieran abstraídas con la profundidad de sus ojos de un intenso color castaño, al igual que su cabello; sus labios finos, que siempre mostraban una sonrisa juguetona; y, por supuesto, su esbelto pero fuerte cuerpo a pesar de su edad, se había cuidado muy bien en aquella cárcel de mala muerte. 

Había permanecido en prisión treinta años exactos, tan solo faltaba una semana para que le dieran la esperada libertad. Le costó trabajo hacerles creer que estaba mejorando y que su vida allí había sido tan miserable, que había pensado rigurosa y firmemente en lo que había hecho y que realmente se arrepentía. Le hubieran ejecutado, si hubieran sabido que había matado a más de veinte personas sin ningún tipo de sentimiento o remordimiento, tan solo se alimentaba de carne humana y le atrajo muchísimo desde la primera vez que la probó con una tal Natasha Venderba, una prostituta que le había prestado sus servicios durante la mayor parte del día, prácticamente, ni salieron de la cama. En aquel momento, después de unos increíbles besos en la nuca, empezó a morderla como un vampiro muerde a su víctima ansioso de sed de sangre; terminó matándola con un cuchillo jamonero, arrancándole sus extremidades, ojos y tronco, para después ponerlo en la parrilla y hacerse una buena comilona a la hora de comer.

A John Cornells le acusaron de homicidio en primer grado por matar a dos prostitutas después de utilizar sus servicios, era su modus operandi, por lo que sabía la policía, la mayoría eran prostitutas y le gustaba comérselas al terminar sus relaciones sexuales con ellas. El detective Selione y la detective Mires no pudieron acusarle de ningún otro hecho, ya que, no tenían pruebas tangibles para ello; sospechaban que había más víctimas alrededor de Seattle, pero no pudieron demostrarlo. Así que, después de treinta años de torturas por parte de sus compañeros de celda, duchas incómodas, varias peleas y juergas a escondidas de los agentes de seguridad, iba a salir de la cárcel.

Llevaba trazando un plan desde que empezó su primera semana en aquella celda pequeña y mugrienta, tan solo con una litera, un váter y poco más. Cuando él supo que los detectives Selione y Mires estaban siguiéndole porque sabían que había matado a dos prostitutas, John empezó a investigar sobre ellos, lástima que no tuvieran familia directa. 

Eran dos policías algo solitarios, ya que, ambos vivían en Los Ángeles, con lazos familiares pero en el extrangero y, apenas se veían con ellos. La detective Mires, era una mujer de treinta y cinco años divorciada después de haber estado siete años de noviazgo con ahora su ex novio y dos años de matrimonio, así que, ella se quedó la casa y el coche y su ex novio se fue a vivir a España con su hermana Rita. Y el detective Selione era un hombre de treinta años bastante serio en su trabajo pero que poco salía de casa, no le gustaban las juergas, ni cenas con los amigos, dudaba incluso si tuviera alguno y sus padres habían muerto hacía poco tiempo, así que, iba de casa al trabajo y del trabajo a casa.

El día veinticuatro de diciembre les haría una visita a domicilio, una visita que jamás contarían, una sorpresa de Navidad para quedarse con la boca abierta. 

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