Maldad:
- No, por favor… - los ojos de aquella joven rubia
estaban clavados en mí, pero iban apagándose poco a poco, su sangre había
salpicado en mi camisa blanca, me encantaba la combinación de ambos colores -.
- Qué estropicio – la dejé caer al suelo realmente
molesto, me había hecho correr detrás de ella por toda la casa de campo y me lo
había dejado todo desordenado, algo que no soportaba lo más mínimo -.
No había nada como esa
sensación, como el júbilo que sientes después de quitar una vida, después de
destrozar mucho más que sus tripas. La sangre manchaba todos los plásticos que
había puesto para cubrir las paredes, culminaba las muertes en aquel lugar para
no manchar el resto de la casa, aquella que mi mujer mantenía como los chorros
del oro. Trocear el cadáver después de matar es una de las cosas que más me
gustan, te muestra lo interesante que es la anatomía humana, la forma en la que
nos mostrarnos al mundo aunque en realidad, las personas no tengan derecho a
vivirlo.
El día siguiente a una matanza,
vuelve a ser una rutina. La ducha y la ropa planchada encima de la cama de
buena mañana es algo inexplicable, no ver una sola arruga en esas camisetas
perfectamente blanquecinas y bien cuidadas; el aseo general desde el cabello
tremendamente peinado con gomina y hasta el afeitado, sin ningún pelo existente
en la cara. Mi mujer vestida con ropa de criada, es decir, un vestido entero
blanco y negro que le llegaba un poco más arriba de las rodillas, unas medias
negras de rejilla y unos tacones negros que pegaban en el suelo para poder
saber en cada momento dónde se encontraba, me ponía tenerla controlada todo el
día, eso era lo que se debía hacer con una mujer tan sensual como ella, tenerla
contigo todo el tiempo para que nadie más pudiera tenerla.
- El cartero ha dejado esto en la puerta, señor – dejó las
cartas encima de la mesa del salón, justo donde me estaba tomando el café. Sin
abrir. Una chica muy obediente, aunque no es de extrañar después de la paliza
que recibió al haber abierto una la semana anterior sin mi permiso, era para
ella pero tenía que revisarla primero, no entendía por qué no quería que lo
hiciera, así que, me obligó a hacerlo -.
- Tu amiga te ha escrito – le dije. Su familia nos
escribía a mano, dado que, tampoco le permitía tocar los ordenadores ni ningún
tipo de utensilio con el que pudiera comunicarse, ella era tan solo mía – Dile
que el jueves no podrás ir.
-
¿Puedo preguntarle por qué? – rápidamente,
terminó la frase con aquello con lo que le había incidido tanto durante todos
estos años – Señor.
- Ese día toca limpieza – mi sonrisa despiadada no tenía
nombre, tan solo calló y se quedó plantada mirándome, no podía observar ninguna
otra cosa, dado que, era lo más preciado que tenía en aquel preciso instante.
Era de esperar, dado lo estúpida y poca cosa que era, tan solo servía para una
sola cosa y todos sabíamos para qué, ¿verdad? –.
La
limpieza consistía en quitar de en medio cualquier rastro de una matanza
sabrosa después de una noche desenfrenada de sexo salvaje con otras dos mujeres,
a parte de ella. Debería sentirse orgullosa, a Elaine es a la única a la que no
echo al cubo de ácido sulfúrico cuando termino, no tendría que hacer aquella
cara llena de prejuicios, pero en su interior me ama tanto que no podría
dejarme aunque quisiera, todo lo que tiene lo tiene por mí.
Seguíamos
con la rutina. Cada día tenía que sentirme vivo, tenía que sentir la mirada de
mis víctimas alejarse cada vez más de la vida misma como la que estaba viendo
justo en frente de mí yendo hacia abajo de la calle, era rubia, delgada y con
unos ojos verdosos intensos, justo como los de Elaine, justo como los de mi
hermana, esos que me eclipsaron justo en el momento de su muerte, justo cuando
su vida desvaneció al instante después de haberla violado violentamente varias
veces, oía sus gritos pero no podía frenarme, siempre ha habido algo dentro de
mí tan profundo que no he podido controlar, tal como dijo ella. Así iba a
terminar esta joven, tan concentrada en su llamada de teléfono que no se daba
cuenta de quién andaba detrás de ella, llevaba vigilándola durante horas, desde
que había salido de su casa y tan solo había ido de tienda en tienda durante
todo el día, típico virus consumista. Paró en una taberna, le daba al alcohol
cuando no podía controlar alguna situación por el ansia con la que se estaba
bebiendo ese wisky seco.
- Tienes unos ojos preciosos, ¿lo sabías? – mi sonrisa
era captadora de todo tipo de sonrisas, por supuesto, también la suya – me
gustaría invitarte a algo – le dije al ponerme justo delante de ella, en la
barra -.
- A
otro de éstos – su voz era trémula, señal de que podría convencerla de que
viniera a mi casa con un poco de empuje -.
- ¿Un día duro? – le dije, con apariencia de interesarme
por ella, pero en realidad, no me importaba en absoluto, si total, iba a morir
-.
- Demasiado trabajo, clientes insatisfechos… ya sabe –
aquella sonrisa de complicidad era más que suficiente para saber que iba a
llevármela donde yo quisiera -.
Esta
chica era demasiado lanzada como para decirle que “no” a algo, así que, pude llevármela
en brazos hasta mi casa, tal y como ella había pedido porque no podía con la
borrachera que llevaba encima, era difícil irse caminando hasta su casa y yo
tampoco estaba dispuesto a ello, así que, el ritual había empezado. Al llegar a
casa, Elaine permanecía al lado de la puerta esperándome, justo como le había indicado aunque, esta
vez, su mirada había cambiado por alguna extraña razón.
- ¿También rubia? – la miré fijamente, no consentía que,
ni por un momento me pidiera explicaciones de nada, no tenía ningún derecho a
ello. Pero esa mirada fulminante que le eché, tampoco la hizo temerme, ¿qué
había pasado durante el tiempo en el que no había estado? -.
-
No vuelvas a cuestionarme – la ferocidad
en mi voz fue intensa, debí haberle pegado para que dejase de hacerlo en un
futuro próximo, pero prefería calmar mi ansia -.
Se
apartó de mi camino, al menos, para poder bajar al sótano donde había preparado
todos los plásticos en la pared, justo como la noche anterior, como hace tiempo
le había enseñado a hacerlo. Decidí no prestarle atención a Elaine hasta que
terminara con mi cometido de aquella noche, ya que, había conseguido mi trofeo
fácilmente. Los ojos de aquella rubia de la que había olvidado cómo se llamaba,
se cerraron después de que saliera un último aliento por aquella boca pequeña e
inservible a oídos humanos, dado que, todo lo que salía de ésta eran tonterías,
nada que despertara mi interés.
Limpié
todo el sótano como cualquier otra noche, con la música a tope sin importarme
si quiera a quién tenía detrás, a una mujer tan enfadada como llena de ira, la
cual, me miraba fijamente. Intenté hablar pero fue mucho más rápida que yo, me
clavó varias puñaladas en el pecho y su rabia se veía en sus increíbles ojos
verdes, me arrepiento de no haberla matado cuando tuve la oportunidad. Caí de
rodillas al suelo, justo delante de ella con sangre saliendo a borbotones de mi
pecho, me costaba respirar y me empezaba a doler todo mi cuerpo de una forma
irrefrenable; pero Elaine no había terminado todavía, aún le quedaba ponerme
encima de la tabla donde solía trocear a mis víctimas después de haberlas
matado y empezó a hacerlo conmigo. No os podría explicar el dolor que sentí
hasta que hube expirado el último aliento que quedaba dentro de mí, justo en el
momento en el que desangré totalmente, justo cuando tan solo yacía el tronco de
mi cuerpo en la tabla y los demás miembros habían sido cortados con la sierra eléctrica
que tenía en sus manos.
He
de reconocerlo, había tenido valor aquella joven cuando nadie más lo había
tenido. Aunque en su mente, sigo teniendo poder sobre ella, seguiré siendo un
trauma por el que pasó muchos días de su vida, seré la razón de su depresión,
de sus insomnios, el motivo por el que llorará cada noche, por el que no podrá
ni comer… Estoy satisfecho con lo que he conseguido, por lo que he hecho con
semejante piltrafa, con esa que jamás llegará a ningún lado, alguien que no ha
tenido nada y que aún tendrá menos; he de decir que no me arrepiento de nada,
ni siquiera de haber matado a mi hermana, era igual de necia que Elaine y creía
en tantas estupideces que era imposible frenarla, pero la muerte es la única
que puede hacerlo. No siento culpabilidad o amor, no siento nada, así que, no
tengo nada en lo que pensar, ni siquiera he visto esa incómoda película que
pasa ante tus ojos antes de morir, es una auténtica gilipollez y no estoy
dispuesto a creerla. Ahora he sentido qué es apagarse la mirada de una persona
en vivo y en directo, una sonrisa ha aparecido en mis labios antes de suspirar.
Un crudo relato. Pobre Elaine, aquellos terribles episodios la atormentaran por siempre.
ResponderEliminarUn saludo y felicitaciones.
Gracias por tu comentario. Sí, Elaine estaba totalmente sometida a alguien con esa tremenda maldad. Un saludo, gracias.
ResponderEliminar