Perdido:
Me encontré sentado en una de las mesas del restaurante al
que solía ir con un cansancio y con pocas ganas de permanecer en el mundo, mi
vida ya hacía tiempo que no tenía ningún sentido y estaba atravesando una
profunda depresión debido al fallecimiento de mi mujer, desde que se fue a Dios
sabe dónde que no puedo volver a ser yo mismo. Levanté la mirada de mi
descafeinado, ya sabía por qué iba a aquel lugar, los cafés que servían estaban
de miedo, no sabía qué mierda les echaban pero no podía negar que tenían un
sabor increíble, hacía que anhelara cada sorbo cuando estaba solo en mi casa,
nublado con unos pensamientos llenos de pérdida y desolación; vi a un joven
sentado a unas tres mesas más allá totalmente cabizbajo, llevaba tatuajes que
llenaban ambos brazos, algo sorprendente relacionado con serpientes, la verdad,
nunca quise saber qué significaban.
Me terminé el café, pero mi naturaleza innata me pedía a
gritos que observara más a fondo a aquel chico que parecía no tener familia,
triste y tenía serios problemas con el alcohol a su pronta edad; no tenía ni
idea de qué me había llamado tanto la atención de él porque los tatuajes no pudieron
ser, ¿quizá aquella cabellera negruzca que le llegaba a los hombros?, ¿quizá la
soledad que expresaba en sus ojos castaños?, o el que no quisiera comerse un
suculento plato de carne con guarnición de primera categoría, aunque tampoco
entendía por qué un chico como aquel estaba en un sitio al que jamás
pertenecería. Había muchas cosas que detonaban que era un marginado social
desde hacía mucho, de hecho, parecía un ser tan solitario que me sorprendía,
parecía agonizar por dentro, daba la impresión de no entender en absoluto lo
que estaba pasando a su alrededor y que lo sentía de verdad, sentía cada pedazo
de su ser desprenderse de todo él. Entendía perfectamente lo que le ocurría, al
igual que él, yo también me siento así a menudo; un sentimiento de empatía que nunca
dejará de pertenecerme me embriagó tanto que me hizo levantarme de la silla de
un salto y dirigirme a su mesa con decisión.
- Si
sigues mirando tan fijamente el plato, vas a terminar traspasándolo – sentía
que en aquella mesa faltaba un poco de sentido del humor, como era evidente.
Levantó la cabeza del mismo con una tristeza en el rostro que jamás había
experimentado antes, creo que siempre recordaré esa mirada llena de pesadumbre
y decaimiento -.
- Y
si usted sigue mirándome de esa manera, vamos a tener un problema – estaba a la
defensiva, solía pasar después de una experiencia traumática. Volvió a mirar su
plato con la misma tristeza que antes de responder tan agresivamente -.
- Sé
que sientes que se te va a caer el mundo encima, que estás tan triste que quizá
no vuelvas a sentirte vivo, que temes que no entiendan tus sentimientos, que te
separen tanto del mundo que no puedas retroceder, te sientes perdido y no vas a
encontrarte a ti mismo a no ser que decidas hacerlo por ti mismo, puedo
ayudarte – un ofrecimiento de paz que creía que le haría algún bien y que no
rechazaría pero terminó siendo un poco más complicado de lo que me esperaba -.
- Váyase
al infierno, no necesito nada – se levantó de la silla cabreado y se fue sin
pagar -.
Uno de los camareros se dio cuenta,
salió detrás de él pero algo dentro de mí me hizo reaccionar a favor del joven que
se había ido enfadado y me puse delante para evitar que le siguiera.
- - ¿Se
puede saber qué hace? – estaba furioso de haber perdido al joven de vista, de
hecho, ya estaba al final de la calle y giraba la esquina -.
- - Yo
pagaré la cuenta, no se preocupe – le dije seriamente, sacándome la cartera –
Le conozco, no hay problema de que me encargue de ello.
- - No
tiene que pagar la cuenta de todos los delincuentes del barrio, ¿sabe? – me
preguntó, algo molesto -.
- - Déjeme
hacerlo – le di lo que me dijo que costó la comida del chaval, esa que casi
traspasa con la mirada -.
Acto seguido, me pregunté a mi mismo
por qué me tomaba tantas molestias por alguien que ni siquiera se tomaría
ninguna por mí. Pero seguía teniendo curiosidad y cierto grado de inquietud,
tenía ganas de saber más, sabía que dentro de él había mucho más que problemas,
se le veía en la mirada y quería ayudarle fervientemente. No tenía ni idea de
cómo iba a hacerlo si no tenía ningún dato sustancial con el que ponerme a
trabajar, no tenía ni siquiera un número de teléfono, una dirección o un lugar
en el que encontrarle. Cierta decepción embriagó mi mente, así que, intenté
calmarla con un atisbo de positivismo: “Si
no volvía a verle, al menos, le había hecho un favor”.
Me olvidé del tema, dado que, hacía
tiempo que no le veía pasar por aquel restaurante. Seguía yendo como siempre y a
la misma hora, aunque conforme iban pasando los días, mi esperanza se iba disipando
hasta que no quedó nada, hasta que ya no esperaba verle y seguí con mis asuntos
sin importarme nada más. Hasta que una noche llegué a casa, cansado y
desesperado, algo más borracho de lo habitual con unas ganas locas de tirarme
en la cama y no saber nada de nadie en absoluto; hasta que llegué a mi puerta
para poner la llave y vi a aquel joven que medio conocí en el restaurante con
la cara cubierta de sangre que le salía de una herida en la cabeza, estaba tan
sucio que no sabía adivinar dónde se había metido durante el día o la sucesión
de ellos y su cara estaba totalmente alicaída, parecía tener un sentimiento de
desesperación incapaz de describir pero, lo que no lograba entender era cómo
había adivinado si quiera dónde vivía.
- - Soy…
- - Sé
quién eres – le dije, sin dejarle terminar la frase, sabía que había terminado
en un pozo sin fondo, el mismo al que caí yo meses después de perder a mi mujer
-.
- - Necesito…
- cayó al suelo, había perdido mucha sangre -.
Lo levanté del suelo y lo dejé
delicadamente en el sofá de mi casa, se iba a poner bien, le ayudaría a
sobrellevarlo. Llamé a una amiga que era enfermera para que curara sus heridas,
dado que, tenía incluso dos costillas rotas y los labios hinchados, se escapaba
de mis capacidades, yo tan solo era un sociólogo más, otro tipo sin trabajo que
anhelaba que le valoraran sus ideas basadas en la carencia de relaciones
sociales, pero no creía que algo de eso fuera posible.
Esperé encarecidamente a que se
despertara, no podía soportar la idea de perder a nadie más, simplemente era
demasiada la nostalgia que rezumaba en el ambiente.
- - ¿Qué…?
– estaba de lo más exaltado, pero al verme a su lado sus músculos se relajaron
y pudo hablar un poco mejor – No sé qué me ha pasado, estaba hablando con usted
y no… no lo entiendo.
- - Te
has desmayado, perdiste mucha sangre – le expliqué brevemente, para que
entendiera su alrededor con mayor claridad – No te preocupes, estás en mi casa.
- Había
sangre por todas partes… - se incorporó hábilmente del sofá pero puse una mano
en su pecho para volver a tumbarle – ¡Oiga…!
- Tienes
que descansar, ¿entendido? – su mirada desafiante me dio a entender que no
estaba dispuesto, así que, intenté ser un poco más contundente – Como te
incorpores caerás al suelo otra vez y no quiero tener que recoger los destrozos
que hagas, aprecio mucho mis muebles.
- Entendido,
viejo – respondió con pesadez, sabía que nunca había sido capaz de llevar a
cabo órdenes de alguien más mayor o de rango superior, había que ser
contundente -.
Por extraño que parezca, conseguí
entenderle, ponerme en su lugar y hacer de mi hogar un lugar en el que poder
convivir ambos sanamente. Pudimos hacerlo en un principio, todo iba bien, de
hecho, conseguí apartarle de las malas compañías y redireccionar su vida, le
busqué un trabajo y encontré un objetivo en el que pudiera desenvolverse, ese
era ser autónomo e independiente aunque viviese en mi casa, debía saber lo que
eran las labores de casa, incluso, cómo había que tratar a las personas. Estaba
yendo en la dirección correcta, estaba aprendiendo las reglas de la vida, esas
que hacen que continúes poco a poco con mayor ilusión aunque tus seres queridos
hayan desaparecido por completo. Le ayudé a reconstruir su vida pieza a pieza
para que pudiera tener su mente ocupada con mucho más que negatividad y
culpabilidad.
Una noche llegó a casa totalmente
ido, algo iba mal. Le pregunté qué le pasaba pero no quiso responder, de hecho,
no podía hacerlo. Temblaba, pude ver el enfado en su mirada, la rabia en su
mandíbula apretada y esa forma en la que aspiraba por la nariz,
definitivamente, había vuelto a consumir cocaína, no podía ser otra cosa. Me
acerqué a su habitación y llamé, al abrir la puerta, sus ojos me observaron
acusadores.
-
Quiero
hablar contigo – le dije, claramente -
Seriamente.
-
¿Qué
pasa? – movía la pierna izquierda de una forma tan frenética que me estaba
poniendo nervioso – Tengo cosas que… que… hacer.
-
Estás
alterado, temblando, con los ojos más abiertos de lo normal y son las dos de la
mañana y has olvidado traer la compra, por lo que veo – le espeté, para que se
diera cuenta de que no era estúpido y que era capaz de ver las señales como
cualquier otro -.
-
¿Qué
me quieres decir con eso? – respondió a la defensiva, no quería dejar de hacer
lo que hacía, como es obvio, ni que le molestaran -.
-
Has
vuelto a consumir – le dije con decisión, sabía que no iba a gustarle, dado
que, el primer acto reflejo de los adictos es la negación -.
Después de varias palabras
malsonantes y varios empujones, terminé tirado en el suelo con varias puñaladas
en el pecho y en el abdomen. No puedo evitar deciros que vi mi vida pasó tan
rápido como le fue posible a mi mente aunque, por otro lado, estaba emocionado,
dado que, iba a estar con la persona que más había querido en el mundo por fin,
volvería a reunirme con ella. Mis ojos se fueron cerrando poco a poco, de tal
forma que ni el médico que estaba al otro lado de la habitación pudo
distinguirlo con claridad. La soledad fue desapareciendo, el anhelo de
valoración que siempre necesité en mis investigaciones se fue disipando y mi
cuerpo mortal fue deshaciéndose de mi alma cansada y desesperada por encontrar
algo de paz.
No sabía muy bien dónde acabaría ese
joven, pero en cierto modo, me sentía orgulloso de mí mismo por poder ayudar a
alguien, por poder entender aquello que jamás pude entender: Lo que son capaces
de hacer las malas compañías, un pasado turbio e imposible de olvidar y la
revelación de por qué aquel chico estaba tan acongojado el día que le conocí en
el restaurante, había matado con sus propias manos a toda su familia y era
totalmente incapaz de mantenerse cuerdo ni un solo minuto para dejarse querer
por otros, en el momento que lo hacía, todo su mundo empezaba a desequilibrarse
y la confianza empezaba a darle verdadero pánico. Sentir que has hecho algo
bueno por alguien es algo que no se puede pagar con dinero, es algo incapaz de
explicarse, algo que termina formando parte de ti mismo y puedes conseguir el
logro de sentirte orgulloso de ello, como ninguna otra persona ha sentido por
ti. Finalmente, mi último suspiro salió de mis labios fríos y apretados y me
despedí del mundo cruel y descontrolado en el que vivimos, sin dejar una sola
huella visible de mi presencia en ella.
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